jueves, 20 de junio de 2013

Warmi, la fábrica de jabón que empezó como centro infantil

El Centro Integral Warmi nació hace 31 años para ayudar a la gente de Villa Barrientos, en Pacata Baja. Comenzó dando trabajo a un grupo reducido de mujeres y hoy beneficia a 1.040 niños y adolescentes, a sus familias y da empleo a 21 personas, en una fábrica de jabón y dos guarderías.

Esperanza Flores (de 54 años) trabaja hace más de 20 en la fábrica de jabones y, aunque se siente cansada, expresa su alegría con la labor que realiza. Antes vivía sola con dos hijos y para sostenerse económicamente hacía labores del hogar en diferentes casas.

Para ella era difícil atender a los niños y trabajar al mismo tiempo. Vivía en Villa Barrientos y unos parientes le dijeron que había una guardería detrás de su casa. La fundadora y actual directora de la institución, Elena Daza de Jiménez le ofreció trabajo y desde entonces lleva a sus niños a Warmi.

La fábrica de jabón Warmi funciona en Pacata Baja y tiene cinco empleadas. Ahí está el centro infantil con 13 educadoras trabajando.

Warmi, tiene otras dependencias en Montecillo, Tiquipaya. El sitio alberga a niños y adolescentes apoyados por tres educadoras.

En ambos casos, reciben apoyo de pasantes de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS).

LOS INICIOS Daza dice que la idea inicial era crear un grupo de mujeres “y prepararlas para enfrentar la vida, pero no se puede educar en nada mientras hay hambre: una vez que se soluciona el hambre recién se enseña a pescar”.

El Centro Integral Warmi nació, en 1982, para apoyar a las mujeres de barrios económicamente vulnerables. La directora explica que al principio habían pensado en proponer, a las vecinas, la creación de algo productivo considerando que era la época de crisis, no había fuentes laborales y las mujeres estaban dedicadas al cuidado exclusivo de los hijos.

Una de las primeras actividades fue la restauración de juguetes usados para una “Navidad Colectiva”. La iniciativa fue bien recibida por la comunidad de Villa Barrientos y se diseñó un plan para hacer juguetes en tela para la próxima Navidad.

Las mujeres barrían las calles y limpiaban los lotes baldíos del barrio, así trataban de que la gente trabaje en algo. Pronto pensaron en elaborar fideos o hacer pan, pero la harina escaseaba en Bolivia.

“Hubo una señora del Beni que propuso fabricar jabón. Se hizo pruebas y el producto era muy artesanal. Luego un estudiante de química, que había investigado sobre jabones, se puso en contacto con la Universidad Mayor de San Simón que prestó asesoramiento y poco a poco se fue mejorando la receta”, dice.

Mientras la pequeña fábrica iba creciendo, se les presentó la oportunidad de proponer a la Embajada de Canadá, invertir en proyectos con mujeres.

En abril de 1984 recibieron el primer cheque de donación, pero ese mismo día el Gobierno devaluó la moneda en 300 por ciento . Siguieron con la fábrica de jabones.

Paralelamente, nació la guardería. Las señoras llegaban a trabajar a la fábrica con sus niños. Pronto llegó la demanda de otras señoras del barrio. “En mis planes no estaba una guardería, pero tuve la suerte de tener contacto con algunos sacerdotes y jóvenes de la Cruz Roja que donaron leche”, manifiesta.

Pronto la guardería se independizó de la fábrica y los horarios se fueron adaptando a las necesidades de los niños y de sus padres. Luego vino la creación de la segunda guardería en Montecillo, Tiquipaya.

Producto hecho en Cochabamba

Los jabones que produce Warmi contienen glicerina y son biodegradables, es decir que no dañan el medio ambiente, afirman las trabajadoras.

El producto empieza a ingresar con más fuerza en los mercados, principalmente.

Warmi produce jabones para lavar ropa, jabones medicinales (desinfectantes), jaboncillo laminado y jabón en polvo, para lavadora.

Actualmente, en la fábrica están trabajando cinco personas que comienzan su labor a las 10 de la mañana y terminan para las seis de la tarde. Son expertas en la producción de jabón y manejan hábilmente las herramientas y las máquinas.

En mayo, la fábrica no ha producido normalmente, pues necesita sustancias controladas, como la soda cáustica, que para su compra se requieren permisos especiales. Estas autorizaciones cuestan mucho dinero y conseguirlas se dificulta.

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