lunes, 4 de mayo de 2015

El rostro humano de la madera

A simple vista se trata solo de un mueble de alta calidad, que se caracteriza por la madera trabajada, de corte macizo, con acabado perfecto; y que en algunos diseños se observa un tallado decorativo muy particular.

Quién imaginaría que detrás de cada uno de esos trabajos existen historias de vida, sacrificio, coraje, entrega y renuncia familiar dignas de conocer y apoyar.

La preparación de los artesanos que fabrican estos muebles se inicia a muy corta edad, bordeando los 12 años, cuando sus padres toman la decisión de inscribirlos en un internado “Don Bosco”. En el internado convivirán los próximos seis años, junto a un promedio de 18 o 19 niños, que tienen una procedencia similar a la suya, con iguales condiciones de vida, similar carga cultural y las mismas exigencias.

Al final de la malla curricular académica también egresarán como artesanos especialistas en carpintería, tallado o escultura.

Segunda familia

Es así como el proyecto de internado “Don Bosco”, escuela técnica, comenzó a cobrar vida en 1994.

El primer día de clases los niños llegaban desde distintas regiones de los poblados aledaños a uno de los seis internados, cargando sus prendas en improvisadas maletas o aguayos amarrados a la espalda y con el deseo de comenzar una nueva vida.

Muchos llegan con una historia de vida diferente, algunos son huérfanos; pero el común denominador es la necesidad de supervivencia y de mejorar sus condiciones de vida, sin abandonar su lugar de origen.

Luca Penasa, representante legal de la Asociación Familia de Artesanos Don Bosco, afirma que la idea del internado surgió de la misma presión de los habitantes, quienes estaban preocupados por la fuerte migración que existía en sus comunidades y querían algo mejor para sus hijos.

Penasa afirma que este emprendimiento surgió en Bolivia desde el 1969, cuando un grupo de jóvenes italianos se adentró en la selva amazónica para abrir una misión en un pueblecito perdido, ellos eran voluntarios misioneros que entregaron su trabajo en forma completamente gratuita.

En estos 40 años, los voluntarios tuvieron la posibilidad de llegar a otras zonas pobres de Bolivia y con el paso del tiempo fueron las mismas poblaciones que solicitaron apoyo para sus hijos.

“Al principio los misioneros iban de comunidad en comunidad hablando con los padres de los niños que comprendían estas edades para empezar el proyecto”, asegura Luca Penasa.

Primeros pasos

En Bolivia se abrieron los primeros colegios en 1993 en Escoma, Pasorapa y Postrervalle que funcionan como internados gratuitos; allí los alumnos aún reciben instrucción, formación profesional, alimentación y alojamiento. Todo gratis, gracias a los aportes realizados por amigos del extranjero, quienes trabajan y realizan sus donaciones permanentes al proyecto.

Estos muchachos son acogidos en estos colegios, donde pasan clases de lunes a viernes. Allí los siguen formando inculcándoles el amor a su tierra, a sus tradiciones y a la fe en Dios.

José Flores, actualmente de 31 años, oriundo de Postrervalle en Valle Grande, fue uno de los niños que un día llegó a esas instalaciones. Él relata que los cursos que se les imparte en estas aulas cuentan con una malla académica regular, y que dedican más de tres horas al trabajo en el taller de carpintería.

Al principio los niños aprenden a trabajar la madera paso a paso; se trata una labor artesanal. “La formación empieza con el labrado de un tronco redondo hasta volverlo cuadrado, el conocimiento y acercamiento al cepillo, al serrucho y a otros implementos del oficio. Es así como se aprende a amar la madera y como trabajarla”, asegura Simone Ricaldi, voluntario y compañero de Artesanos Don Bosco.

Durante los seis años de formación, los alumnos van creando diferentes objetos: ventanas, puertas, comedores, camas.

“Todo lo que fabrican durante sus años de enseñanza no es comercializado, ellos se quedan con las piezas y las llevan a sus casas”, asegura Simone.

Es así que en medio del proceso los niños, quienes se van convirtiendo en jóvenes, comienzan a mostrar sus destrezas y a inclinarse hacia alguna de las especialidades, carpintería, tallado o escultura. “Son muebles hechos a la antigua, no utilizamos clavos sino una diversidad de ensambles, encastres y otros. Son trabajados con técnicas antiguas pero con líneas modernas”, afirma Ricaldi.

Una vez que los alumnos culminan su formación, los voluntarios vuelven a solicitar estudiantes. “se brinda una formación personalizada, es por eso que los docentes solo se dedican a ellos”, afirma Luca Penasa. Esta también es una de las razones para que exista un compromiso grande entre los estudiantes y el internado; y además una de las razones para no contar con promociones anuales.

El siguiente escalón

Al egresar del internado, surge nuevamente la incertidumbre, puesto que la mayoría aún veía con buenos ojos el dejar sus provincias e ir en busca del sueño americano o finalmente buscar mejores condiciones de vida en la ciudad. Este es el motivo para que los voluntarios vean y puedan crear canales de comercialización en la ciudad.

Eslabón final

En aquel entonces los primeros jóvenes egresados del colegio no tenían posibilidades de conseguir trabajo en sus comunidades y volvían a la vieja tradición de migrar.

Para evitar esta situación, el año 2000 se creó la Asociación Familia de Artesanos Don Bosco, que no tiene fines de lucro y cuenta con personería jurídica de la Iglesia Católica Boliviana. Se encarga de reagrupar los trabajos de estos jóvenes artesanos y comercializarlos.

“La intención es que ellos no dejen sus comunidades y allí desarrollen sus trabajos y cuando los hayan terminado los manden a la oficina central de la ciudad. Esta posibilidad les permitió mantenerse con los suyos y su cultura”, asegura Ricaldi.

Uno de los escultores de la agrupación es Jhonny Gutiérrez Villarroel, de 24 años de edad, de la comunidad de Pocona, quien logró formar un hogar y establecerse económicamente.

“A la fecha la organización cuenta con 70 egresados; son personas que se encargan de producir mensualmente, puede ser a pedido o por su propia cuenta, enviando sus trabajos a la tienda. Esto les permite contar con un sustento mensual para sus hogares”, asegura Luca Penosa.

Actualmente los talleres de trabajo se encuentran ubicados en seis lugares a nivel nacional: Escoma y Carabuco (provincia Camacho, departamento de La Paz), Bolívar (provincia Bolívar), Huayapacha (provincia Carrasco), Pasorapa (provincia Campero, departamento de Cochabamba) y Postrervalle (provincia Vallegrande, departamento de Santa Cruz). Todos los afiliados contratados van desde los 20 a los 35 años de edad.

De alumno a profesor

De igual manera la cadena y el apoyo a estos egresados también llega al área de formación, puesto que algunos de los egresados prosiguen su formación en la Universidad Católica Boliviana, que le da un título nacional de talladores o carpinteros a nivel técnico superior, lo que los faculta para dar clases.

“Nosotros contamos con 20 profesores, que han egresado de nuestras aulas”, señala Penasa. Como es el caso de Héctor Colque Chuquiminia, de 29 años, de Tarabuco, de la zona Altiplánica de La Paz, cuya capacitación como escultor le permitió ingresar como docente en las mismas aulas que lo vieron crecer.

La calidad y originalidad de las obras son el secreto para agradar a los clientes. Cada año los mismos maestros talladores siguen cursos de especialización de tres meses en una de las sedes de la Familia de Artesanos, donde un equipo de diseñadores, arquitectos y escultores brinda gratuitamente su tiempo para que ellos profundicen el conocimiento de los estilos, de las formas y las técnicas de fabricación de las obras a realizar.

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