Catalina Rocha, como toda típica punateña, ha realizado diversos emprendimientos para sacar adelante a su familia. Inició con la agricultura, continuó con la confección de polleras y la elaboración de bizcochos, pero finalmente se quedó con “el oficio más dulce”, según nos cuenta.
“Tengo el privilegio de endulzar la vida a la gente”, expresa Catalina, apoyándose en una de las frases cotidianas del vulgo cochabambino para superar las adversidades o tragos amargos en la vida.
Desde hace 35 años trabaja todos los días de su vida con el azúcar. “No hay un día que paremos, las festividades no nos permiten”, cuenta.
Para Catalina el ciclo de la producción con azúcar inicia en diciembre con la preparación de confites para carnavales -ya que distribuye el producto a todo el país-; continúa con los chambergos para Corpus Cristi; siguen las canastillas de azúcar para las mesas de los difuntos en Todos Santos, y cuando ha terminado, la demanda le exige a iniciar con el preparado de semillas para los confites nuevamente.
Aún cuando hubo escasez de azúcar, no dejó que esta dulce empresa se viniera abajo. Ella tuvo que darse modos para no fallar a sus “caseros” y tampoco desamparar a los 18 trabajadores que de ella dependen.
“He tenido que buscar por todos lados, he recorrido todas las provincias y de un quintal en un quintal, o por arrobas he conseguido”, relata Catalina. Ella necesita entre 30 y 35 quintales cada día, y cuenta que por la falta de azúcar tuvo que reducir su producción a 15 y 10 quintales día.
Esto repercutió en la desocupación temporal de 7 de sus trabajadores.
El trabajo con los confites se extiende hasta después de las fiestas de tentación. Cuenta que el cautivante dulce de los confites es también un perfecto aliado para los juguetones que no pierden la oportunidad en Santos Inocentes. “Uno de mis caseros siempre me pide que se lo haga confites con locoto, y la pobre gente inocente, �dulce� diciendo cae nomás en su broma".
Las costumbres y tradiciones culturales hacen que su producción sea diversa. En el momento de la ch’alla de carnaval la gente requiere del misturín o confite diminuto de color.
En comunidades del Valle Bajo las comparsas visitan los huertos de las familias cantando, bailando y cosechando la fruta que deseen (“paqoma” en quechua), con el consentimiento de los dueños. Como despedida el dueño de casa llena la boca de los visitantes con confites en agradecimiento a su vistia.
Ella, al igual que sus hijos, se aferrra a este emprendiendo, porque está segura que nunca se perderán las costumbres en el valle y con ello permanecerá la demanda de todos sus productos.
En relación a los confites, la producción alcanza a 10 variedades que está determinada por la semilla base que tiene el dulce azucarado. Es así que tiene confites de almendra, orejón, maní, coco rallado, galletas (a pedido), nueces, anís, arveja, culandro y misturín.
Hasta su tienda, en la calle Lanza 1047, llegan comerciantes de todo el país. “Donde más sale es a La Paz y Oruro, y un poco menos a Santa Cruz, pero los que son más dulceros son los khochalos”, explica aclarando que incluso los que llevan a Santa Cruz, son cochabambinos.
Con la sonrisa y trato cordial que la caracteriza, Catalina nos despide con un sabio consejo: “La vida es demasiado corta para amargarse”, dice.
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