Hace algunos años, María Maura Espinoza, de origen orureño, y su hijo Jorge, entonces de 17 años, cargaron cinco máquinas envasadoras a una camioneta a la que llamaban "la nave” y se dirigieron a la Feria 16 de julio de El Alto; estaba decidida a vender las máquinas que su esposo Jorge Antezana Guevara había fabricado.
En el lugar, la esposa y madre se subió al vehículo, cogió una cartulina y con un marcador escribió: "Máquinas manuales envasadoras”. Luego esperó bajo el sol abrasador. "(Las máquinas) se vendieron como pan caliente”, recordó.
Hasta la fecha, su esposo ha fabricado más de 200 máquinas envasadoras, siempre con el apoyo de su esposa y sus cuatro hijos: Mauricio, Alenka, Jorge y Jaime. Ahora todos se desempeñan en su empresa llamada Servicio Industrial y Maquinaria Antezana (SIMA), especializada en la fabricación de envasadoras para bolsas plásticas.
La pareja se estableció en La Paz, en 1981. Se conocieron en Santa Cruz cuando Antezana, de origen cochabambino, trabajaba en el ingenio azucarero Guabirá. Por recomendación de un jefe que tuvo, llamado Felipe Espinoza, tomó un curso por correo del instituto American School de Estados Unidos. "Tengo un nivel técnico en electrotecnia”, afirmó.
Falencia
En el origen de su actividad laboral, Antezana estaba muy vinculado a la industria molinera y de fabricación de fideos. En la mayoría de las fábricas que conoció notó una falencia en el envasado, que se realizaba manualmente. En 1982, en la Sociedad Industrial Molinera S.A. (SIMSA), conoció una envasadora argentina y notó que la lógica de funcionamiento era simple.
La fábrica de caramelos La Estrella era una de las pocas que tenía maquinaria europea. Una empresa necesita una envasadora cuando alcanza un gran volumen de producción. Envolver caramelos, por ejemplo, es un trabajo minucioso y manualmente no se alcanzan volúmenes que sean rentables, pues un dulce debe envolverse en décimas de segundo para que cueste 10 centavos.
Antezana aún no tenía ni la capacidad técnica ni económica para construir una máquina automática, pero la idea rondaba por su mente. Entonces, ya fabricaba máquinas manuales para sellar bolsas.
Uno de sus clientes, que fraccionaba Aji–No–Moto (glutamato monosódico) para distribuirlo en el mercado local, le solicitó una máquina. El envasado era bastante moroso, pues hacía la dosificación en bolsitas con una cucharilla.
diseño arcaico
Antezana se ajustó al presupuesto de su cliente, con quien trabajó en el diseño y elaboró un modelo arcaico, al que colocó un motor. Tuvo problemas para conseguir algunos componentes electrónicos, como las resistencias que son las que se calienten y sellan las bolsas.
La fabricación de la envasadora tardó un año. Su cliente quedó muy contento, pues manualmente, con cuatro personas trabajando, tardaba un día en fraccionar una bolsa de glutamato monosódico de 25 kilos en envases de 1,8 gramos. En cambio, con la máquina podían fraccionar ocho bolsas de 25 kilos en un día con sólo dos personas.
Antezana quedó muy contento. Hasta ahora, hacer funcionar una envasadora le da una gran satisfacción personal, que no necesariamente está relacionada con la retribución económica. Su hijo menor, Jaime, coincide con ello al afirmar que se trata de dar vida a las máquinas.
A partir de entonces aparecieron más clientes que requerían el mismo tipo de maquinaria. El fabricante ya tenía mejores ideas y comenzó a fabricarlas más rápido y con mayores velocidades, no sólo de envasado, sino también de niveles de automatismo. Además, sus clientes le planteaban nuevos retos, como aquel primer cliente que luego le pidió una envasadora de ají, que, por tratarse de polvo, implicaba un proceso diferente.
Alrededor de 1996, Antezana viajó a Lima, Perú, para instalar máquinas en una fábrica de frituras perteneciente a una familia de origen japonés de apellido Hayashida. Allá le encargaron dos máquinas y sus clientes pusieron un precio, que para Antezana fue como ganarse la lotería. Al retornar, con el anticipo que le dieron, recién adquirió su primer torno.
"De otro mundo”
Tiempo después, Antezana viajó nuevamente a la capital peruana para poner en marcha una máquina estadounidense bastante sofisticada. Le acompañaba su hijo mayor Mauricio, que aún estaba en colegio. "Era una máquina de otro mundo”, recordó.
Fue entonces que conoció la denominada tecnología combinacional, de origen japonés. La máquina tenía 14 balanzas y contaba con un procesador, que hacía combinaciones para alcanzar pesos específicos. Por ejemplo, si se especifica un kilo, la máquina escoge tres balanzas que sumen ese peso, como 320, 345, y 335 gramos. Y mientras se envasa el producto en bolsas, la máquina escoge nuevas combinaciones en las otras balanzas.
Mauricio descubrió los parámetros de programación de la máquina y la pusieron en marcha. Luego, los Hayashida les encargaron dos máquinas de ese tipo. Un modelo de este tipo, con todos sus accesorios, es comercializado por SIMA a un precio de 70.000 dólares; en cambio un modelo básico cuesta alrededor de 35.000 dólares.
SIMA SRL propiamente nació en 2006. Como antes era una empresa unipersonal tenía limitaciones, explicó Alenka. Ahora tienen como clientes a grandes empresas como La Estrella, Molino Andino, San Gabriel, El Ceibo, Delizia, Grupo Alcos, de La Paz; caramelos Watt’s, de Santa Cruz; La Mejicana y fideos La Coronilla, de Cochabamba; Chocolates Para Ti, de Sucre, entre muchas otras.
Asimismo, han enviado envasadoras automáticas a Brasil y Perú. Sin embargo, han tropezado con dificultades. En noviembre de 2002 debían enviar máquinas a Perú y al llenar los formularios respectivos, no había una partida que indicara que Bolivia exportase maquinaria.
Su hija Alenka, que se ocupó de hacer los trámites sentía mucha impotencia. Incluso en la aduana boliviana le decían en tono de burla: "Nosotros no hacemos máquinas, Bolivia no está capacitada, sólo (mandamos) papas y cebollas”. Sin embargo, superaron el inconveniente y ahora los funcionarios ya los conocen.
Mucha gente del exterior tampoco cree que en el país se fabriquen envasadoras sofisticadas. Por ejemplo, uno de sus clientes que exporta quinua a Canadá, donde su comprador la fraccionaba, adquirió una máquina para enviar el producto ya fraccionado. El comprador canadiense no creía que la máquina era de manufactura boliviana y llegó para verificar su funcionamiento, pues en su país hay normas que especifican el tipo de envasado.
Aire comprimido
Las máquinas de SIMA se diferencian en que no usan aire comprimido, que eleva el costo de producción. El aire comprimido es caro desde el punto de vista energético, pues el compresor debe ser grande y necesita mantenimiento. "Esa es una cualidad que nos ha ayudado a abrir el mercado”, afirmó Antezana.
Ahora el mercado de las máquinas combinacionales se está expandiendo. Antes de 2009, había mayor demanda de máquinas denominadas "volúmetricas” que utilizan una especie copas para dosificar, explicó su hijo Jaime. Padre e hijo creen que su empresa saturó la demanda de ese tipo de envasadoras.
Actualmente, SIMA se prepara para optimizar su proceso de metal mecánica ya que deben cuidar la parte estética. Asimismo, se preparan para desarrollar los componentes electrónicos de las máquinas. Y recientemente incursionaron en la fabricación de encintadoras que despachan cintas con productos pegados con calor. De esa forma no se tienen que pegar los productos con una grapa o una cinta adhesiva.
Asimismo, incursionan en la fabricación de máquinas de control de calidad. Ya fabricaron una que controla que los pesos sean exactos y en el futuro desarrollarán una que sea capaz de detectar contaminantes metálicos.
Las primeras máquinas las hicieron en un taller de cinco por seis metros en la zona de Villa Armonía, La Paz; y ahora operan en la zona de Santa Rosa, El Alto. La empresa tiene un personal de planta conformado por 20 técnicos. Un objetivo es posesionar la marca SIMA y hacerla conocer en el mercado, explicó el Administrador de la empresa Hernando Lara. "Nosotros somos líderes y tenemos que seguir siendo líderes”, afirmó.
La mayor satisfacción de Antezana es que sus hijos le acompañen en su adctividad. En ello coincide su esposa, quien está orgullosa de que los cuatro se hayan formado en ramas de ingeniería. "Mis cuatro hijos son ingenieros; no les he dado tiempo de que pierdan su tiempo. Desde niños han aprendido de nosotros”, dijo Espinoza.
Ella recordó que cuando incursionaron en la actividad, en las noches, pensaba que podían hacer. Entonces alentó a su esposo para dedicarse a lo que le apasionaba, es decir dar vida a una máquina. "Mi mamá le ha empujado a la piscina”, afirmó su hijo menor, Jaime.
Hacer funcionar una envasadora le da una gran satisfacción personal, que no está relacionada con la retribución económica.
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