Actualmente el ser “emprendedor” es un título que adquieren las personas que, sin dudarlo, se arriesgan en llevar a la práctica ideas de negocio de manera autónoma. Pero, ¿qué conlleva el ser emprendedor? Básicamente lo asociaría con un estado de ánimo, una actitud, una pasión y una obsesión por diferenciarse.
Para un emprendedor la idea de negocio es la fuente básica del éxito y es su motivación directa para trabajarla, desarrollarla y aplicarla de manera real en el mercado, pero esto no es sencillo porque tiene limitaciones y debe vencer una serie de escollos que generalmente se presentan en el entorno y en el proceso de consagración del negocio.
No sólo vence momentos turbulentos de carácter estratégico, de gestión, de falta de personal, de inexperiencia y financiero, sino que va más allá.
El emprendedor debe soportar el peso que ejerce la opinión pública, que en muchas ocasiones transmite miedo, provoca inseguridades, trunca ideas y proyectos porque se convierte en juez y condena a los emprendedores en dos mundos no muy diferenciados en los que no se valoran sus capacidades ni sus habilidades.
El primer mundo es el de “los que fracasan”, personas que intentan alcanzar su sueño día a día y se apasionan por ello, luchan por ser dueños de su tiempo y de su negocio sin éxito; y el segundo es el de “los que tienen suerte”, que después de haber trabajado duro y haber resistido toda la carga lo han logrado.
Dicho esto, el proceso de emprender es complejo y poco reconocido porque la sociedad es reticente al cambio y no brinda confianza ni apertura para que los jóvenes emprendedores carguen con responsabilidades y tomen decisiones.
Lograr el soñado desarrollo económico, social y tecnológico implica desbaratar todos estos paradigmas y romper las fronteras que hasta hoy retardan el despegue de emprendimientos formalizados por personas con ideas creativas e innovadoras que vislumbran un cambio en el futuro y se sienten constructores de un nuevo mañana.
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