La rueca manual tradicional, o “kapu” (en aymara), gira una y otra vez entre los dedos de una de las abuelas del Taller de Artesanías Awicha. Este instrumento va hilando, con un ritmo constante y armonioso, la fibra de alpaca que luego se convierte en la lana con la que se elabora una gran variedad de tejidos que son enviados dos veces al año a Suiza.
Estos abuelos tienen en sus genes la destreza para hilar desde hace varias generaciones. Ya ni recuerdan desde cuándo. Muchos aprendieron este oficio incluso antes de sus cinco años en sus comunidades de origen, pues sin importar el género ayudaban a sus madres que utilizaban la lana para hacer su propia vestimenta y también para la venta.
Esa destreza fue observada hace más de una década por una turista suiza que pidió a una de las tejedoras del Centro Infantil Machaq Uta, en Pampahasi, que le haga una chompa. Una vez en su país la suiza hizo un pedido de 130 prendas. El resto es historia.
Awicha
Awicha significa en aymara abuela y son precisamente abuelas y abuelos, apoyados por madres de familia de la zona de Pampahasi en La Paz, quienes tratan la fibra, la hilan y tejen chompas, mantillas, ponchos, guantes, entre muchas otras prendas, para luego venderlas en la tienda que tienen en Copacabana, además de enviar de 240 a 269 prendas al año a Europa.
Este emprendimiento comenzó a gestarse hace 25 años y llegó a convertirse en taller hace alrededor de 13, como una alternativa de autosostenimiento económico para dos viviendas comunitarias, cinco comedores para adultos mayores y dos centros infantiles que integran la Comunidad Aymaras Urbanos de Pampahasi (CAUP).
Campo y ciudad
Actualmente en el área rural hay alrededor de 50 awichas de tres diferentes comunidades del departamento de La Paz. En la zona de Pampahasi son de 20 a 30 abuelas y tres abuelos que hilan y tejen junto a 50 madres de familia.
Para lograr una chompa de tamaño mediano - que toma aproximadamente un mes de trabajo- se utilizan de 600 gramos a un kilogramo de lana hilada.
Todos los tejidos se elaboran en alpaca y son compatibles con el medio ambiente, ya que no se utiliza ningún tipo de tinte, no se sacrifica ningún animal para obtener la fibra y tampoco se utiliza instrumentos que consuman energía eléctrica durante el proceso.
Mano de obra de colección
“Hilar un kilo de lana demora casi diez días. Siempre estoy hilando. Escojo las suciedades y mantengo el mismo tamaño de lana. Hilo unas cuatro horas tomando descansos porque las manos a mi edad ya se cansan”, dice Juan Quispe, de 84 años, mientras cuenta que su esposa murió hace un tiempo y no quiere regresar al campo porque se siente solo.
Cada martes y jueves las abuelas y madres llevan las prendas a Machaq Uta para determinar el avance de los tejidos. Ese momento siempre es bueno para conversar sobre la vida, de lo bueno y malo que ella trae.
En medio de ese ambiente, en el que se comparten las preocupaciones y los recuerdos, es donde con sus manos llenas de experiencia cada prenda toma forma a través de una práctica que es parte de su identidad y herencia cultural.
Como cada prenda es hecha por una de las “awichas”, es única e irrepetible, pues aunque un modelo siga las mismas pautas de diseño, ellas, inteligentemente, se encargan de plasmar diferentes puntos y detalles en cada pieza.
“Los detalles salen de ideas que compartimos o que se nos vienen a la cabeza”, dice Rosa Franco, de 81 años, mientras muestra las figuras de la cruz andina, mujeres y cactus plasmados en una capa negra, prenda concluida pocas horas antes.
Cada persona recibe un pago por el trabajo y con cada prenda vendida se obtienen fondos para la comida de las viviendas comunitarias, donde viven muchos de los adultos mayores que hilan y tejen.
En los centros infantiles se realizan talleres intergeneracionales para enseñar a niños y jóvenes a recuperar el arte de los textiles al estilo de los abuelos.
Además, se compra lana para continuar con el trabajo y se paga a dos coordinadoras del taller.
El sueño de exportar y crecer
El encargado del Taller de Artesanías “Awicha”, Samuel Oquendo, comenta que los turistas son los que más compran sus tejidos porque aprecian la mano de obra, como pocos bolivianos.
Ésa es la principal razón por la que les gustaría exportar los tejidos y tener la oportunidad e invertir mayor dinero en el taller.
De esta forma podrían ayudar y emplear a hombres y mujeres que muchas veces por su edad son marginados y abandonados por sus familiares. Con este trabajo, mientras los años lo permitan, se sienten útiles y valorados.
Awichos víctimas de los deslizamientos
Don Juan Quispe, de 84 años, es uno de los miembros fundadores del Taller de Artesanía “Awicha”.
Hasta hace poco más de un mes vivía en una de las casas comunitarias que fue desocupada por los deslizamientos en Pampahasi.
Hoy, junto a otros adultos mayores, está refugiado en el Centro Infantil Machaq Uta, en la misma zona. Allí pasa las horas hilando mientras conversa con sus compañeros. “Algunos quieren volver, yo ya no quiero porque no se puede vivir ahí, no hay agua ni luz. Creo que nos van a habilitar otra vivienda alejada del deslizamiento, ahí nos iremos a vivir”, comenta.
Quispe convivía con otros adultos mayores antes del deslizamiento y cuenta que ahí encontró un hogar después de que su mujer falleciera hace varios años.
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