Aguelino en su mayor esplendor, entre 1999 y 2007, llegó a importar cada mes unos $us 510.000 en concepto de ropa usada. Cuando este negocio se vio presionado por la Aduana, se reinventó y en la actualidad es el ‘rey de los zapatos nuevos’, pues cada mes importa de EEUU, China y Panamá, unos 40.000 pares y nadie le hace sombra en esa actividad.
- ¿Cuándo empezó como comerciante?
- Empecé muy joven importando llantas, aceite para movilidades y, de pronto, por cosas del destino, mi vida tuvo un giro importante.
- ¿Qué pasó?
- Estando en Iquique vi que la venta de ropa usada era un negocio redondo. Entonces me animé y con $us 350 empecé a trabajar con mis primeros 10 fardos. Vendía en la feria 16 de Julio de El Alto. Era un minorista con poco capital, pero muy decidido y es ahí donde conocí a la persona que me permitió crecer.
- ¿Habla de su socio mexicano?
- Sí, de Salvador Muñoz, un mexicano que desde niño radicó en EEUU (Los Ángeles) y que por casualidad conocí mientras vendía, pues él se acercó y me preguntó si hacía compras al por mayor. Le dije que no y como no encontró a quien buscaba, me propuso hacer negocios con él a lo que accedí, pero antes le dije que tenía otros socios y que tenía que consultarles.
- ¿Y que dijeron sus socios?
- A un principio estaban entusiasmados, pero cuando se enteraron de que se debía dar un anticipo me dejaron solo. Por suerte, Muñoz seguía interesado y me pagó los pasajes a EEUU. Llegué a ese país con $us 1.500 y recuerdo bien lo que me dijo Muñoz: “Aguelino, quiero trabajar con usted, por eso le doy esta facilidad con el compromiso de que con la venta del primer contenedor me pague todo. Para eso le voy a mandar con mi cobrador Francisco Santana”.
- ¿Y qué facilidad le dio?
- Pues me dio dos contenedores de ropa usada por un valor de $us 60.000, pagó la flota naviera que te cobra $us 3.000 por cada contenedor y se hizo cargo del transporte de Iquique a Oruro que cuesta $us 1.500 por contenedor. Me dio todo servido.
- ¿Y cuándo se volvió mayorista?
- Pagué mi deuda con la venta de un solo contenedor, el resto fue ganancia. Trabajé con Muñoz hasta 1999, luego opté por importar de manera directa, viaje a Nueva York, Los Ángeles y Washington. En mi mejor momento llegué a importar 17 contenedores, cada uno por un valor de $us 30.000. Pero con las nuevas normas de la Aduana la cosa se puso difícil y decidí dejar el negocio.
- ¿Y ahora a qué se dedica?
- Mi fuerte es la importación de zapatos nuevos. Cada mes meto al país unos cuatro contenedores, vendo en Oruro, Potosí, La Paz, Cocha-bamba y Santa Cruz. De la India compro el detergente Kiwi y a la empresa Jindal varias toneladas de calaminas.
- Ahora que está dentro de la legalidad ¿qué lectura tiene de las personas que siguen en el contrabando de la ropa usada?
- Yo las entiendo, pues también hice lo mismo y sé que uno se arriesga para darle algo mejor a su familia, pero ahora entiendo que es mejor trabajar con la Aduana, que la legalidad te asegura tus inversiones, que te permite andar con la frente altiva, pues sabes que con el pago de los impuestos se está ayudando a Oruro y al país.
- ¿Alguna vez tuvo que coimear?
- (Silencio...) uno tiene que hacer lo que debe de acuerdo con las circunstancias.
- ¿Qué otros negocios tiene?
- En Oruro tengo tres surtidores y una empresa de transporte interdepartamental, con 12 unidades, que se llama Busfer que tiene sus oficinas en Arica, Iquique, Oruro, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
¿Cuantas personas trabajan con usted?
- De manera directa son unos 90 empleados.
- ¿Paga sus impuestos?
- Como le dije, ahora entiendo que la legalidad te da más beneficios. Sí, pago mis impuestos.
- ¿Le gustaría incursionar en la política?
- Eso no me interesa. Prefiero seguir siendo un empresario, pues soy todo trabajo y atrevimiento.
Perfil
La morenada y San José
Hace 47 años Aguelino Wilson Fernández Ayma nació en la provincia de Sabaya (Oruro) un lugar donde el contrabando es la ‘sangre’ de este pueblo y los controles aduaneros están vetados. Estudió algunos años en el colegio Bolívar de la capital orureña, pero la falta de dinero lo obligó a ser un precoz importador.
Está casado, tiene cinco hijos (cuatro mujeres y un varón) y una pequeña nieta.
Su hijo menor, Kevin, fue bautizado en Manzanillo (México) por su antiguo socio Salvador Muñoz (ya fallecido), pero mientras éste estuvo con vida cada año toda la familia Fernández pasaba Navidad y Año Nuevo en la hacienda de Muñoz al ritmo de rancheras.
Aguelino siente debilidad por la morenada, por los pacumutos cruceños; es fiel seguidor de la Virgen de la Candelaría del Socavón, de Copacabana y de Cotoca.
En sus ratos libres le gusta caminar, juntarse con sus amigos y familiares y hacer bromas, pero en el trabajo es una ‘máquina’ que se levanta a las 6:00 y se acuesta a la 1:00. Sueña con que su hijo juegue en San José.
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