Y sí, la quiebra es una palabra fuerte en términos económicos, por eso EL DEBER visitó talleres donde las risas y el murmullo de los trabajadores, mezclados con la música de la maquinaria, en perfecta sintonía, fueron reemplazados por el silencio. De acuerdo a datos de productores textiles, el 50% del mercado es absorbido por la venta de ropa usada, otro 30% por el contrabando de prendas chinas, y solo un 20% de esta torta llega a la producción nacional.
Costurando en la soledad
Freddy Chávez, de tez morena y estatura mediana, es uno de los que más sintió la crisis. De 60 trabajadores que tenía hace cinco años, ahora no tiene a nadie.
“Hace dos días despaché a dos empleados que me estaban ayudando. Ya no les podía seguir pagando. ¿De dónde?”, afirmó.
En casi 40 años como confeccionista, es la primera vez que Chávez costura solo; al costado de la máquina que opera está más de una docena de equipos, que se llenan de telarañas y sarro, valuados en más de $us 50.000.
Esta situación lo conmociona y entre lágrimas sostiene que las políticas del Gobierno están ‘matando’ a los confeccionistas.
“Yo voté por Evo, pero sus políticas económicas nos están hundiendo. ¿Qué solución puede haber? Cada día que pasa nos estamos comiendo nuestro capital”, afirma, mientras trata de encontrar una explicación.
Añora los años dorados del negocio en los que incluso llegó a rechazar pedidos. Por día producía hasta 600 pantalones blue jeans. Pero, ahora, costura apenas 120 prendas al mes. “Lo hago para no perder la costumbre, como terapia”, dice resignado.
Cambió los hilos por el taxi
Desde hace ya varios meses las manos de Rolando Alcón se están acostumbrando al volante de un taxi. De vez en cuando realiza un par de prendas a pedido en su pequeño taller ubicado en la Villa Primero de Mayo.
Así, sus extremidades no olvidan el oficio que heredó de su padre y abuelo, y que la crisis lo obliga a dejar temporalmente mientras mejoran las cosas.
Se prometió a que no sufrirá el mismo destino de su padre, que perdió su taller en los 80, por lo que él tuvo que partir a Argentina y luego a Brasil, cuando era más joven. Pero mantener esa promesa se hace difícil cada día.
El espacio donde trabajaba está vacío, las máquinas pararon y el polvo cubre todo. “Antes cortaba hasta 300 bloques de tela, ahora ocasionalmente hago 20”, dice Alcón mientras activa una cortadora industrial.
Para el hombre, la crisis comenzó cuando el Gobierno decretó el pago del segundo aguinaldo. Esto lo descapitalizó y paulatinamente fue ocupando menos personal, hasta quedar complemente solo.
Antes, Divanid, el nombre de la marca de ropa que creó, contaba con 10 operarios fijos, y entre tres o cinco eventuales.
Ahora, la mayoría optó por emigrar a Argentina y Brasil, donde la mano de obra del boliviano es muy cotizada.
“Nos da miedo contratar gente. Si agarro uno o dos trabajadores y me piden un segundo aguinaldo, tendría que vender toda mi maquinaria para pagarles”, dijo.
Pero es optimista, pese a que las cifras están en rojo y para alimentar a sus hijos ‘tachea’, confía en que su taller volverá a ser el de antes: uno con mucho trabajo.
“Soy la tercera generación de confeccionistas. Tengo una ventaja competitiva, mi conocimiento”, afirma Alcón.
Lo paradójico, según el confeccionista, es que “hay un Gobierno que se jacta de ser antiimperialista, pero trae basura imperialista, como la ropa usada”.
Todo por mantener el legado
Raúl García nunca conoció a sus padres, fue huérfano desde muy pequeño. Su tío fue el que ocupó ese rol y el que le transmitió el legado familiar, la confección.
Pero desde hace cinco años mantener este legado ha sido difícil. En sus buenos años llegó a producir hasta 5.000 pantalones por mes, apoyado por una plantilla de 23 operarios.
Ahora solo cuenta con una persona. Casi todo el negocio se vino a pique, y por eso ha optado por diversificarse. “Hago hasta guardapolvos y uniformes. Lo que sea para salvar la situación”, afirmó.
Para García se necesita cambiar las políticas económicas del país, flexibilizar las normas laborales y los regímenes tributarios.
“Por eso muchos se hicieron informales”, explicó.
Crisis en números
Juan Carlos Vargas, presidente de la Federación de la Micro y Pequeña Empresa de Santa Cruz (Fedemype), sostiene que solo entre 2017 y 2018, en la urbe cruceña, cerraron de forma definitiva 1.500 unidades de negocio.
El problema, para el dirigente, radica en que el margen de utilidades de las empresas se redujo de un 30% a solo un 10%. Esto se da por la proliferación de venta de ropa usada y el contrabando.
A esto se suman las devaluaciones de las monedas que hicieron Argentina y Brasil, que han hecho que sus productos textiles lleguen a un precio mucho menor con relación a la oferta local.
Por último, están la política laboral y los incrementos salariales, que han hecho que muchos prescindan de su personal.
Vargas sostiene que para revertir esta mala situación es necesario que bajen las tasas de interés para los microempresarios que acceden a créditos, que están hasta un 8,8%. “Lo ideal sería llegar a tasas del 5%”, afirmó.
Pero lo principal, según el dirigente, es la apertura de nuevos mercados para la producción y el control en las fronteras.
El Gobierno dice que apoya
Consultado sobre la realidad de este sector, el viceministro de Producción a Mediana y Gran Escala, Néstor Huanca, dijo que el Gobierno ha realizado gestiones para promocionar la producción boliviana, en especial de textiles, realizando varias ferias donde los microempresarios pueden mostrar sus prendas.“Tenemos la promoción ‘Hecho en Bolivia’, con lo que se apoyó a los microempresarios y ha tenido mucho éxito”, dijo.
Agregó que incluso se trabajó para que los microempresarios accedan al 15% del doble aguinaldo, que se dará en productos.
Sobre el contrabando, señaló que el Gobierno creó un viceministerio para esta tarea. Sobre la política laboral y los incrementos salariales, explicó que las microempresas deben formalizarse y cumplir las normas.
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