domingo, 9 de octubre de 2016

Emprendedoras chilenas compartieron experiencias

María Angélica Quijón tiene el pelo tan negro, negro azabache le llaman, que de acuerdo al ángulo de la luz a ratos se le ve azul. Sobre su frente luce un trarilonco, un cintillo. Y sobre su pecho, un trapelacucha. Ambos adornos son piezas tradicionales usadas por mujeres y hombres mapuches.

Feliz, con una ancha sonrisa, contó que "estoy muy contenta de estar en Bolivia. Me impactó, me gustó el país, su gente, muy cálida. Sólo había salido de Chile una vez que fui a Argentina por otro proyecto de emprendimiento. Me alegra que acá las mujeres indígenas también conserven su cultura”.

María Angélica forma parte de un grupo de representantes -de origen mapuche y aymara- de 15 pequeñas y medianas empresas (Pymes) chilenas que visitaron la Expocruz de Santa Cruz y estuvieron en La Paz a fines de septiembre.

Las empresas pertenecen a los sectores de textiles, artesanías, alimentación y turismo. Cinco están distribuidas en la región de La Araucanía, cinco en la región de Parinacota y cinco en Tarapacá. Todas ellas reciben apoyo de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi), una entidad estatal, y ProChile. Ellas se han capacitado en su país para ejecutar un emprendimiento global, es decir, aprender a exportar sus productos y servicios a mercados internacionales.

Taller en La Paz

En La Paz participaron en un taller conjunto con 26 empresas bolivianas. Las representantes de ambos países presentaron el perfil de sus negocios, sus productos e intercambiaron conocimientos y experiencias con el objeto de encontrar puntos en común y apoyarse mutuamente. La actividad se realizó con el apoyo del Gobierno Autónomo Departamental de La Paz y la oficina comercial de ProChile en esta ciudad.

Esta actividad representa para el grupo -en su mayoría mujeres- la primera incursión fuera de las fronteras de Chile. Las emprendedoras chilenas coincidieron en señalar que Bolivia es un destino muy importante para sus empresas por su cercanía geográfica, similitudes culturales e idioma, entre otros factores.

Se trata del segundo programa de emprendimiento mapuche con Conadi. El primero fue en 2015 con un viaje de diez emprendedoras a Guatemala. El próximo año, en octubre, Chile será sede de un encuentro internacional de emprendimiento indígena, en Santiago y La Araucanía.

María Angélica, 54 años, es divorciada y madre de tres hijos. Vive en el campo, a 21 kilómetros del pueblo de Villarrica, región de La Araucanía, en el sur de Chile.

Con tono orgulloso, explica que "soy mujer mapuche, emprendedora”. Desde hace tres años es la líder de un grupo de apicultoras y cuenta que "trabajamos con avellanas, muchas yerbas nativas, las mentas, el romero, la manzanilla y las transformamos en aceites”. Con ella trabajan dos de sus hijas.

"Comenzamos con abejas, la fabricación de miel. Nos ha ido muy bien, tenemos una gran variedad de productos. Vendemos a nivel nacional, de norte a sur del país”.

Según María Angélica, ser emprendedora mapuche es "una ventaja porque tenemos identidad, cultura. Enseñamos y educamos a la gente sobre nuestra cultura. Los clientes aprecian eso, incluidos extranjeros. Es una zona muy turística, con lagos, termas y volcanes”.

Esfuerzo propio

-¿Se acabó el machismo?

-Todavía hay, responde. Pero las mujeres nos hemos preocupado por seguir adelante con nuestros proyectos, con nuestro esfuerzo. La mujer mapuche es muy aguerrida, guerrera, trabajadora y luchadora. No bajamos los brazos por nada. Si nos caemos, nos paramos.

Ella no es la única que sabe de esfuerzo. Susana García Mamani, de la región de Tarapacá, tiene 40 años y es presidenta de la agrupación de artesanas Layra Zawuri. "Ha sido difícil, significa una cuota de sacrificio”.

Cuenta que para venir a Bolivia debió dejar a sus tres hijos pequeños con una cuidadora. "Mi esposo trabaja en una empresa minera por turno en Antofagasta y debe ausentarse de la casa”, explica con cierto pesar.

Su grupo diseña y confecciona prendas textiles aymara, con lana de alpaca. "Tejemos en nuestras casas, sin dejar de lado a nuestros hijos, nos organizamos para cumplir con todo. Somos tejedoras desde que tenemos uso de razón. Mi mamá me ensenó de chiquitita. Cuando tenía cinco o seis años yo hilaba. Es una tradición familiar que se pasa de la abuela a la madre, a la hija para mantener vivas nuestra cultura”.

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