domingo, 20 de julio de 2014

Rosas de papel: Rolando y el arte de sobrevivir

Rositas! ¡Rositas! ¡Llévense rositas!”, vocea un chico delante de la gruta desde la que la imagen de una Virgen observa a los que entran y salen del Hospital de Clínicas de La Paz. Unos minutos antes, cuando el reloj estaba a punto de marcar las diez de la mañana y los rayos de sol comenzaban a filtrarse en el patio del nosocomio, el joven salía en silla de ruedas de un pabellón asistido por una enfermera que le iba hablando amistosamente. Es Rolando Machicado Poma, tiene 20 años y hace tres meses y dos semanas que no puede ir de un lado a otro sin que alguien lo impulse.

Del vendaje que cubre su muslo izquierdo asoman varios clavos, lo que lo obliga a ir en pantalón corto a pesar del frío del invierno paceño.

Terminó en el centro hospitalario después de que lo asaltaran con pistola en la avenida Manco Kápac. La carga del arma acabó en su muslo. Con la pierna en ese estado no ha podido volver a trabajar como ayudante de albañil ni tampoco seguir yendo a las clases que pasaba por las noches. “Aún no he salido bachiller”, comenta. Sabe que quiere sacar el título aunque no tiene idea de qué estudiará después.

Ofrece rosas rosadas, rojas, moradas, naranjas y amarillas. Ni huelen ni pinchan. Las fabrica con papeles que le compra su madre casi a diario para luego venderlas y saldar la deuda con el centro médico. “Me faltan Bs 3.862”. Dice la cifra rápido y sin titubear, igual que cuando explica que la factura inicial era de Bs 10.862 pero que, tras hablar con trabajo social, el centro rebajó el monto a Bs 4.862. “¡Rositas! ¡Rositas! ¡Llévense rositas!”. No pierde la oportunidad de atraer clientes cuando pasa gente.

Con las primeras horas de la tarde, cuenta, caen las posibilidades de vender y Rolando regresa, empujado, al camastro número 21 de la sala para hombres de Traumatología, un cuarto enorme con 25 camas escasamente separadas y sin una mísera cortina que dé un poco de intimidad a los pacientes.

A las dos semanas de estar internado, su compañero de cuarto, don Marquitos, como se refiere a él, le dio la idea de hacer algo para ganar dinero con el que liquidar la deuda. El hombre fabrica y vende peces de papel, cuenta Rolando, y le enseñó cómo realizar objetos plegando, estirando y volviendo a plegar un papel: la papiroflexia. A las dos semanas de comenzar el aprendizaje, Rolando salió del cuarto y estableció su punto de venta en el corredor.

La papiroflexia se conoce como origami en japonés. Nació en China y, al llegar a Japón, fue practicada por la nobleza durante varios siglos. A Bs 5 la flor, Rolando practica este arte para salir adelante.

Un mes y medio después, sigue yendo al mismo lugar aunque ya no está ingresado en el centro. Ha logrado saldar la deuda con el hospital, pero ahora le falta recuperar el dinero que le han prestado que, calcula, ronda los Bs 9.000. “¡Rositas! ¡Rositas! ¡Llévense rositas!”.

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