viernes, 26 de noviembre de 2010

Personas con discapacidades aspiran a crear microempresas

Formación: Cada miembro del grupo de 30 personas recibe un estipendio de 22 bolivianos diarios para sus pasajes y alimentación.

Con movimientos limitados, ya sea de carácter congénito o a causa de accidentes, un grupo de personas con discapacidad se prepara en diferentes ramas técnicas no sólo para afrontar el futuro, sino, incluso, para poder contar con su propia microempresa.

Los alumnos, algunos ya padres de familia, asisten a diario a pasar clases en las aulas de Pro-Desarrollo, en la calle Beltrán, número 2642, de la zona 16 de Julio de El Alto.

Una de ellas es Betty Sánchez, de 54 años, que adolece de dificultades para oír. Cuenta que tiene cuatro hijos y dos nietas a cuyo cuidado dedica su tiempo: “Se llaman July y Karen”. Sin embargo, no se anima a dar detalles sobre cómo pasa sus días. “Mi vida es lamentable... pero después de capacitarme en la elaboración de alimentos, puede cambiar”.

El coordinador del Proyecto de Alimentos, Panadería y procesamiento de Lácteos, Miguel Blanco Aquino, informa que al final de la formación que se imparte a estas 30 personas con discapacidades, en febrero próximo, se prevé que inicien sus propios negocios, ya sea individualmente o en sociedad.

“Este proyecto —dice Blanco— ha nacido por una iniciativa del Ministerio de Trabajo. La capacitación se dará en el lapso de cinco meses y medio”.

Con el fin de incentivar a estas personas para que participen en el curso de capacitación, a cargo de Pro-Desarrollo, el Gobierno decidió darles un pago de 22 bolivianos por día para que cubran sus gastos de transporte y alimentación.

Nicolasa Rodríguez, de 55 años, también es una de las participantes. Es divorciada y tiene dos hijos, de 25 y 17 años. “Me siento feliz de estar al lado de mis hijos y de mis dos nietos, para quienes soy una excelente abuelita”.

Ella lucha por salir adelante pese a que tiene problemas para moverse. “Me fracturé la cadera cuando era bebé, caí de las gradas desde el primer piso, pero así crecí, como una persona normal, como todos los demás, y nunca me sentí menos que nadie”. Confiesa que le encanta hacer masitas y por eso se capacita en el área de panadería. “Soy feliz junto a mis compañeros, para mí es como mi segundo hogar”.

Los embates de la vida tampoco detuvieron a Remedios Ramos Mamani, de 42 años. Ella cuenta que vive con su pareja y con sus dos hijos, Kevin de 11 años y Josué de ocho. Su problema es similar al de Nicolasa, “tengo una discapacidad física, estoy operada de mi cadera porque sufrí una luxación congénita desde que era pequeña”.

Aquel problema no le permitió desenvolverse como una niña normal y recuerda que sus compañeros de escuela se burlaban de ella. “Los niños me trataron con crueldad, me observaban como si fuera algo raro y a veces me ignoraban”.

Pese a ello, terminó el bachillerato e ingresó a la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). “Estudié la carrera de Trabajo Social hasta el segundo año, luego la dejé por motivos de salud”.

También trabajó en diferentes oficios pese a su discapacidad. Asegura que aquella limitación no significó un impedimento para surgir en la vida. “Trabajé como mensajera en una empresa, luego de eso pase un curso de macramé (trenzado) en la organización Gregoria Apaza, como también en tejido de chompas y otras prendas”. Ahora se especializa en el curso de panadería.

Sonia Mercado, de 46 años, por otra parte, pasa clases de alimentación (preparación de comidas). Adolece de una fractura en la cadera izquierda provocada por el atropello de una motocicleta cuando tenía 10 años. “Con el pasar del tiempo empeoré más”.

Recuerda que fue objeto de burlas, especialmente de sus compañeros de colegio. “Me decían coja, llanta baja y otras cosas”.

Ahora es madre de tres hijos y está felizmente casada hace más de quince años. Asegura que es una mujer a la que le gusta superarse: “Estudié peinados, pero por factores económicos lo dejé. Ahora soy promotora de productos de belleza para solventarme económicamente”.

“Me siento muy agradecida por estos cursos, que son muy beneficiosos para que todos nosotros (personas con discapacidad) tengamos con qué mantenernos en la vida”.

Baynucia Mamani, de 33 años, es otra beneficiaria del proyecto del Ministerio de Trabajo. Cuenta con alegría que vive con su pareja desde el 4 de septiembre. La parálisis de su mano derecha, que ya lleva doce años, no le impidió hallar un compañero, llevar una vida normal y ser parte del curso.

“Mi vida ha cambiado rotundamente (por su parálisis), creo que para mal, porque mi propia familia me hace a un lado, me dicen que no puedo hacer nada”.

Aun así, trabajó en una fábrica de galletas donde, sin embargo, también fue víctima de una serie de actos de discriminación que prefiere olvidar.

Hoy se capacita en el curso de repostería. “Me gusta cocinar sajta, bistec, thimpu, en sí casi todos los platos”.

Para ella, esta capacitación es importante porque gracias a ella, las personas con problemas motrices pueden tener más oportunidades para construir una vida digna, como todos los demás, y no sentirse una carga para sus familias.


Freddy Choque

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